Un mes curioso, este agosto. Ha habido lecturas de todo tipo. Ha habido relatos, biografías encubiertas, algo de ciencia ficción, un clásico inmortal, un alemán inmisericorde, escritores misteriosos, italianos kafkianos, dramas lacrimógenos y perfectos inútiles. En la variación está el gusto y aunque ha sido un mes de calidad bastante irregular el balance general ha sido positivo. Es lo que tiene terminar con buen sabor de boca.
Vamos con ello.
“Muero por dentro” de Robert Silverberg
Ciencia ficción. Va de un chaval que puede leer las mentes. Hay una reseña escrita que saldrá en breve que dice, entre otras cosas, lo siguiente: “La novela, protagonizada por un ser triste, aburrido y cargado de remordimientos por un don que no ha pedido, se centra en analizar con detalle la angustia de ser diferente, preguntándose (y tratando de dar respuesta a) cómo es posible que alguien con la capacidad de conectar con las mentes ajenas no pueda evitar hundirse en el aislamiento y acabar siempre más solo que la una. Lo que viene siendo pasar demasiado tiempo en Facebook, para que nos entendamos.”
“Pistola y cuchillo” de Montero Glez
También de esto hay una reseña escrita y pendiente de salir. Septiembre se las promete terrible. “Pistola y cuchillo” va de Camarón, el cantante, cenando, bebiendo y fumando en un bar y tratando de decidir si va a dejar o no va a dejar que un gallo cante al amanecer. Suena raro pero es la pura verdad. Es una novela muy condicionada. Te tiene que gustar Camarón, Montero o la sopa de ave con fideos. Si ninguna de los tres, lo mejor es darse a la bebida.
“La insólita reunión de los nueve Ricardo Zacarías” de Colectivo Juan de Madre
Bueno, esto no va a ser fácil. Esta novela recuerda mucho a “La casa de hojas” del amigo Danielewski —por razones equis en las que no entraremos ahora—, y por lo tanto se arriesga a llevar palos por todas partes. Al mismo tiempo y al igual que ocurre con “La casa…”, viene acompañada de reseñas varias, todas elogiosas, que es algo que siempre levanta muchas sospechas. Vamos, que lo tiene todo. Quiero dejar claro que la leí libre de prejuicios, que ya es raro también. Respecto a la reseña… bueno, de eso hablaremos en septiembre pero les adelanto que ya hacía tiempo que no disfrutaba tanto “comentando” una novela.
“Entresuelo” de Daniel Gascón
Malo. Malo, pero malo, malo, malo. Hay libros que no merecen ser editados; editores que merecen ser apedreados y escritores... escritores que… no sé, de verdad, ya, qué hacerles. Este es uno de los peores libros que he leído en toda mi vida. Que ya es decir. Que Mondadori se preste a sacar esto a la calle da una idea aproximada de muchas cosas, entre ellas el respeto que merece. La reseña ya está escrita y pendiente de ser publicada. Tal como he dicho, será un mes duro.
“Leche” de Marina Perezagua
Colección de relatos de la artista revelación del año… del año que sea en que publique. Ja. No me hagan caso. Son relatos y como tales no es fácil emitir un “juicio” general. Los hay mejores, los hay peores. Los hay muy buenos; los hay horribles. También hay reseña. Hablamos en… septiembre, eso es, y diremos cosas como esta: "Durante unos minutos, unos 3.000, hace un par de semanas —o un mes, dependiendo de cuánto tarde en publicar esto—, llegué a creer que me estaba aficionando a los relatos, que lo mío, ahora, iba a ir por ahí. Se lo juro. Fue terrible. Qué mal trago. Culpen al verano si quieren. O no. Afortunadamente, gracias a Marina Perezagua, se me ha pasó rapidito la tontería."
“Sobre el acantilado y otros relatos” de Gregor von Rezzori
El pasado sábado (23 de agosto) se publicó en Babelia una lamentable reseña en la que el crítico aseguraba que de los tres relatos incluidos en este recopilatorio, el tercero, que no estaba a la altura, podía el lector “ahorrárselo”, directamente. Bueno, en fin. Babelia. Una cosa es que no esté a la altura, pero de ahí a considerarlo tan malo como para no leerlo media un abismo. Quitando esta puntualización, todo lo que quise que decir de este libro lo dije aquí: clic.
“El patrón” de Goffredo Parise
La cosa va de trabajar, trabajar, trabajar. No, no es cierto. La cosa va de trabajo, trabajo, trabajo. Que es muy diferente porque en esta novela, lo que es trabajar, se trabaja muy poco. Ahora bien de trabajo se habla un rato. De hecho no se habla de otra cosa. El Patrón tiene un gran comienzo: un hombre, un joven del campo, llega a la gran ciudad para empezar a trabajar en una empresa. Hasta aquí todo normal o todo lo normal que es encontrar trabajo hoy en día. En el momento en el que el protagonista cruza la puerta, todo se vuelve surrealista. Lo gracioso de todo esto es que, cuanto más surrealista, más realista. No se lo van a creer, pero la reseña saldrá en septiembre.
“Edipo en Stalingrado” de Gregor von Rezzori
Edipo en Staligrando representa el exceso. Tengo un problema con esta novela. Disfruté con ella tanto como la odié. Entiendo y valoro la intención del escritor pero me pregunto si era necesario pasarse, a veces, tantos pueblos. Edipo es un crítica salvaje que, como tal, siempre será bien recibida pero Rezzori, a veces, agota. De momento, no hay reseña pero todo se andará. O eso espero.
“Tom Jones” de Henry Fielding
Una de las mejores lecturas del año. Grandísima novela. Puro divertimento que acabo de terminar cuando escribo estas palabras. Tom Jones, la gran novela. ¿Qué decir que no haya sido dicho ya? Nada, seguramente. Ignoro si habrá reseña. Debería.
“El hombre que amaba a los niños” de Christina Stead
Cuando escribo estas palabras estoy a setenta u ochenta páginas de terminar esta novela y, teniendo en cuenta que supera las 700 yo creo que algo ya puedo decir. Y digo esto: “El hombre que amaba los niños” es una novela absolutamente maravillosa a la vez que demoledoramente triste. Si la van a leer, prepárense a pasarlas putas.
Magnífica. Durísima. Inolvidable.
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Y eso ha sido todo, que ya no está mal.
En septiembre no sé qué leeré, la verdad, el cuerpo me pide ladrillos. Tolstoi, me pide. Pynchon. Ya veremos. De momento, casi seguro, Mercedes Cebrián (“El genuino sabor”), Augusto Cruz (“Londres después de medianoche”) y Mrozek (“Baltasar, una autobiografía”) por aquello de que ya los tengo en casa. Seguramente también Lázaro Covadlo (“Nadie desaparece del todo”) y Emilio Bueso (“Extraños eones”), por aquello de que los tengo pedidos. Tal vez Eugenides o Ford o Lehtem, por aquello de refugiarme en un clásico moderno.
Eso en lo que se refiere a novedades. Saliendo de ahí, debería caer Fielding, Sterne, Saroyan, Vonnegut, Barthelme, Faulkner,… Pero ya veremos. Poco a poco. En un mes, salimos de dudas.