Muy brevemente. Esta vez, sí, de verdad; lo juro. Y, ya puestos, lo hacemos un poco diferente. Para empezar, foto de grupo:
Mes de muchas lecturas y pocas reseñas. Hay meses así. Sirva este resumen para poner un poco de orden.
ABRIL fue, en gran medida, un mes que sucumbió al verano ruso, algo que se veía inevitable tras leer Guerra y Paz. Fueron cinco las novelas (todas editadas por Alba), cuatro si aceptamos que una de ellas es más bien relato (lo es) y todas de Turguenev: Rudin, fue la primera que escribió y es interesante no tanto por la historia como por el personaje que incorpora a la literatura y que será una constante (evolucionada) en obras posteriores. Le siguió Nido de nobles, notablemente mejor que Rudin pero todavía lejos de Padres e hijos, una obra maestra indiscutible de la literatura que recién ha reeditado Alba para regocijo de muchos, ya que la traducción que había hasta ahora era bastante mala y no se dejaba leer con felicidad (por no decir que directamente no se dejaba leer o al menos yo no pude tras un par de intentos). No se la pierdan, por favor. De esta quisiera hacer reseña, espero encontrar un momento. Después llego Diario de un hombre superfluo, novelita menos de escaso interés que leí más por completismo que otra cosa. Humo es también una obra ligeramente menor a Padres e hijos (estaría al nivel de Nido de nobles), pero muy interesante también. Pero tiene de bueno a una mala bellísima, un personaje maravilloso de puro egoísta que se come literalmente la novela. Lo que menos me ha gustado de Humo es que se fuerza demasiado la inclusión de las ideas que Turgeniev quiere hacer evidentes por alguna razón (su occidentalismo, fundamentalmente) y que provocaron su enemistad con Dostoievski (rusófilo de pro).
Con todo, el nivel, en general, es bastante alto. Recomiendo encarecidamente leer a Turguenev; cualquiera de sus novelas pero, si han de quedarse con una, que sea Padres e hijos.
A todo esto, en mayo Alba edita, también de T., una nueva traducción de En vísperas. Compra segura. Lectura inminente, diría inevitable.
Las últimas cuatro novelas de un mes que, como ya dije, acabó en manos del relato, fueron Un vaso de cólera de Raduan Nassar (Sexto Piso), intensa novela sobre una acalorada discusión, un libro (muy breve) que quiero releer antes de comentar (todo porque sospecho que me he dejado cosillas en el camino); El paseo de Attila Bartis (Acantilado), una novela de corte dickensiano que tiene una primera mitad magnífica pero que acaba cayendo en la repetición y con ello en el desinterés de quien esto escribre; Satin Island de Tom McCarthy (Pálido Fuego) es una muy buena novela difícilmente catalogable pero en cualquier caso muy recomendable de la que supongo hablaremos en breve. Por último, La fórmula Miralbes de Braulio Ortiz Poole es la apuesta de Caballo de Troya para el mes de junio (creo que me he adelantado un poco). Novelita menor, corta y alargada en exceso que no aprovecha en modo alguno las posibilidades que ofrece su argumento o que promete la contraportada, algo que no le echaremos en cara toda vez que sabemos que las contras mienten por sistema. Hablaremos de ella en breve.
Y ahora vamos con los relatos.
De Guardar la formas de Alberto Olmos ya hemos hablado tanto y hemos dicho (unos más que otros) tantas tonterías que hemos acabado resecando a la pobre burra. Su libro sirvió, eso sí, para encarrilar el mes (en cierto modo) y devolver o, más bien, despertar de nuevo nuestro vago interés por el relato, un género que nunca tuvo mucho protagonismo en este blog porque aquí somos muy caprichosos.
De Siete casas vacías de Samanta Schweblin hablaremos la semana que viene. No ha estado mal, pero desde luego ha estado lejos de todo lo bien que se vende por ahí, que parece que le hayan dado el Nobel cuando sólo ha sido el IV certamen Ribera del Duero, premio, si no me equivoco (hablo de memoria), en el que Guardar las formas quedó finalista. Juro que la decisión de leer ambos libros el mismo mes fue puro azar (mezclado con unas gotas de mala leche).
Y Las cosas que perdimos en el fuego de Mariana Enríquez. Precisamente ahora estoy con la reseña. No quiero adelantar acontecimientos pero tampoco quiero callar lo que muero por decir: me ha encantado. Sí, señores, yo, que no soy mucho de relatos y muy poco de género de terror, he sido seducido por esta mujer tras la lectura de un único libro que tiene mucho de ambas cosas. Pero ya hablaremos. De momento, tomen nota del nombre.
Hubo otros. Relatos, digo, pero al no haber leído el libro completo, prefiero guardar silencio. Hubo un poquito de mucho: Stevenson (Historia de una mentira); Henry James (un par de relatos incluidos en 13 cuentos de fantasmas); Joseph Conrad (Amy Foster) y Heinrich von Kleist (Michael Kohlhaas) y algún otro que me dejo seguro.
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PRÓXIMAMENTE...
Da mala suerte hacer planes (después no cumplo ninguno) pero me gustan las listas. Aquí va una:
Actualmente leo, con una calma que no sólo yo sé exasperante (aproximadamente 100 páginas en una semana), al maestro Gaddis y Su pasatiempo favorito, lo último que me queda por leer del escritor y por lo tanto un libro que conviene demorar en la medida de lo posible. También ocupo mi tiempo con Diez de diciembre, de George Saunders, un libro que compruebo ahora con algo de vergüenza que descarté con demasiada ligereza en su momento.
Ya he dicho también que caerá En vísperas de Turguenev, que edita Alba con una nueva traducción (pasa lo mismo con Los demonios de Dostoievski, pero esta tardaré un poco más en leerla) y tengo grandes planes de fin de semana para El cuaderno perdido de Evan Dara (Pálido fuego) y El fantasma en el libro de Javier Calvo.
Al azar (o no) puede ir (o no) lo siguiente: La magia de los días de Antonio Baez; La máquina natural, de Ignacio Fernández; El estado natural de las cosas, de Alejandro Morellón; La polilla en la casa de humo, de Guillem López; Volt, de Alan Heathcock; Lancha rápida, de Renata Adler; Los bosques imantados, de Juan Vico y, finalmente, Informe sobre la víctima, de Marina Sanmartín, otra de esas pequeñas maravillas a las que no acabaremos nunca de acostumbrarnos.
Y cierro este post primero disculpándome por, una vez más, no haber sabido ser todo lo breve que quería y, segundo, confesando que todo esto que acabo de planear puede quedar en nada si finalmente me entrego, como es mi intención, a Marlon James y la que dicen que es la novela del año: Breve historia de siete asesinatos (Malpaso) y a los relatos de Joseph Conrad que en nada estrenará Valdermar. De estos, como de Gaddis, no tengo duda: de mayo no pasa. Ja.