jueves, 29 de diciembre de 2016

“Patria” de Fernando Aramburu (una crítica parcial y cargada de prejuicios)

Dicen que es la novela del año. Y más cosas, dicen. Babelia, por ejemplo. Agárrense: «Patria es, sobre todo, una gran y meditada novela. Pero la tradición del género lleva incluida la virtud de explicar a sus contemporáneos algo del mundo que les ha tocado vivir, o que forma parte de su herencia: amalgamar evocación y análisis. Lo hicieron los Episodios nacionales, de Galdós, justo cuando hacía falta recordar y suturar discordias civiles, y lo hizo Guerra y paz, de Tolstói, cuando corría riesgo de olvido el origen de la Rusia moderna. Lo mismo están logrando ahora las novelas de Fernando Aramburu».

Han leído bien: han dicho TOLSTOI (y también Galdós, sí, pero aquí somos tirando a rusófilos) y lo han dicho para que nos quede claro que Patria es el equivalente español de Guerra y Paz y así, como quien no quiere la cosa, establezcamos una relación que nos quede grabada a fuego en la memoria de tal modo que cada vez que vayamos a El Corte Inglés y veamos un libro de Aramburu (y siempre y cuando hayamos sido lo bastante gilipollas como para creemos cualquier cosa que nos diga el indocumentado de turno), sabremos que estamos ante una obra que dentro de doscientos años será obligada lectura para entender esa parte de nuestra historia. Imagínense ahora lo que sería tener una primera edición. Creo sinceramente que si este va a ser el argumento, a partir de ahora los de Tusquets deberían ofrecer la opción de comprar los libros de Aramburu con vitrina, funda protectora y guantes de latex en boutiques tipo Nespreso, con su pompa y su trascendencia y su gafapastismo de pandereta.

Yo lo intenté. Juro por dios que lo intenté. Verdad es que lo hice sin ganas porque me apetecía menos que poco meterme entre pecho y espalda “una novela memorable sobre los 40 años de deriva fascista en Euskadi” (Babelia dixit, again) escrita por un señor que lleva más o menos ese tiempo viviendo en Alemania que por muy expertos que sean allí en derivas fascistas ya te pilla un poco de oídas.

Pues sesenta páginas. Eso es exactamente lo que aguanté sin vomitar.

Yo veía el libro, tan inmenso, y leía las críticas, tan elogiosas, y me imaginaba que aquello sería como subir al Tourmalet en bicicleta de marcha única con ruedines. Tampoco me interesaba el tema, tan monotemático, tan cercano, tan específico. Tan vasco. Es así: me dio dentera. Pero miren, quién dijo miedo, si prácticamente leí Escuela de Mandarines del tirón. De modo que ahí fuimos; con todo: mira mamá, sin manos. Y claro: hostiazo. Que parece mentira, también, viniendo de mí, ni que fuera nuevo en esto.

La novela — y más concretamente esas sesenta páginas (cantidad más que suficiente para hacerse una idea de qué va el tema y cómo va a ser a lo largo de las restantes quinientas, se pongan como se pongan los detractores de las lecturas a medias)— es de un simplismo atroz (pero ATROZ), sobre todo teniendo en cuenta que se vende precisamente como todo lo contrario. 

Ligereza, tu nombre es Patria. 

La premisa: dos mujeres van camino de enfrentarse a un duelo de fregonas en Villasangría por culpa de que una es una etarra madre de etarra y la otra es viuda de víctima del terrorismo, víctima a su vez, porque estas cosas han ido siempre un poco de la mano. En el pasado fueron amigas. Tomaban chocolate con churros. Esto puede parecer una tontería pero a Aramburu le sirve para justificar la profundidad de los sentimientos de ambas. A mí la cita (elegida, como siempre, con la peor de las intenciones) me viene especialmente bien para poner en evidencia el nivel.

«Bittori era más de tostadas con mermelada y descafeinado de máquina; Miren, de chocolate con churros. ¡Con lo que engordan! Le daba igual. ¿Se llevaban bien? Muy bien, íntimas. Un sábado iban las dos juntas a una cafetería de la Avenida, el siguiente a una churrería de la Parte Vieja. Siempre a San Sebastián. Decían San Sebastián como decían Donostia. No eran estrictas. ¿San Sebastián? Pues San Sebastián. ¿Donostia? Pues Donostia. Se arrancaban a conversar en euskera, pasaban al castellano, vuelta al euskera y así toda la tarde.
—¿Imaginas que nos hubiéramos metido monjas?
Y se reían. Sor Bittori, hermana Miren. En ese plan».

Te partes. 

Yo sé que la novela decimonónica, esa que gusta tanto a este blog, ha tenido ya su momento y que ahora es el tiempo de la televisión y sus malas artes por lo que todo lo que no sea acción tendrá que ser, necesariamente, detracción. A quién le interesa la prosa, verdad, ¡con lo que engorda! Pero una cosa es ser moderno o tener prisa y otra pasarte de frenada. Aramburu lo hace. Pasarse de listo, digo. Quiero pensar que ignoro la razón, pero no es así: Aramburu es un vago y probablemente sus lectores también. Lo único seguro es que su editor un perfecto inútil. 

No me creen. Ya me creerán. Aquí otro párrafo, ejemplo perfecto de lo que quiero explicar y que no es otra cosa que las razones que me mueven a dejar la novela a medio empezar, prácticamente ni eso:

«En el fondo, y que me perdone el Txato, la comprendo. Comprendo su transformación, aunque no la apruebo. Entre la merienda aquella en la cafetería de la Avenida y la siguiente en la churrería de la Parte Vieja, mi amiga Miren cambió. De repente era otra persona. En una palabra, había tomado partido por su hijo. No tengo la menor duda de que se fanatizó por instinto materno. En su lugar, quizá yo me habría comportado igual. ¿Cómo vas a darle la espalda a tu propio hijo aunque sepas que está cometiendo maldades? Hasta entonces, Miren no se había interesado lo más mínimo por la política».

De repente era otra persona”. De repente. Así, sin más, un día te levantas y como tu hijo tiene arrebatos fastizoides, probablemente fruto de malas compañías y yogures caducados, vas tú y también, qué coño, porque es tu hijo y es de Bilbao. Y ya gora eta hasta en la firma. Te fanatizas, madre, por instinto materno. Y te fanatizas con el rebelde, no con la pécora independiente ni con el buen estudiante, hijos también como aquel de pleno derecho, sino con el tunante, arrebatado y violento hijo de la gran puta. Cosas del instinto materno, supongo, que es caprichoso. No sé, Aramburu sabrá. Digo yo que se habrá documentado, a mí desde luego me faltan razones. Yo no comprendo su transformación. De repente no se es otra persona como de repente no se está en la China. Hay un proceso, un camino, y si quieres que yo te crea, si vamos a jugar a empatizar con el terrorista en esta novela de doble cara, mejor será que aportes algo más que argumentos de jardín de infancia y desde luego Cuando despertó su fascismo estaba allí no es de los mejores.

Si al bueno Aramburu no es capaz de meter en una novela sobre la deriva fascista de un país las razones por las que una madre deriva precisamente en esa dirección, a mí tampoco me cabe su novela en la maleta.

Y de repente ya no estoy leyendo LA MEJOR NOVELA DEL AÑO.



martes, 27 de diciembre de 2016

De Lo Mejor a Lo Peor de 2016 (otra puta lista de esas)

EL CIELO

Guerra y paz de Tolstoi (El Aleph, 2010)
Middlemarch de George Eliot (Alba, 2013)
Los hermanos Karamázov de Fiodor Dostoievski (Alba, 2013)
Cuentos completos de Joseph Conrad (Valdemar, 2016)
El hombre que ríe de Victor Hugo (Pre-textos, 2016)
Su pasatiempo favorito de William Gaddis (Sexto Piso, 2016)
La visita al maestro de Philip Roth (Seix Barral, 2005)
Padres e hijos de Ivan S. Turguenev (Alba, 2015)
Preparación para la próxima vida de Atticus Lish (Sexto Piso, 2016)
Caer de Eric Chevillard (Sexto Piso, 2016)

Siempre es fácil elegir las mejores novelas cuando esas mejores novelas son unas novelas inmensas que saltan a los ojos y no dejan ver más allá. Es el caso de Guerra y Paz, Middlemarch o Los hermanos Karamázov, que no pueden ser mejores ni queriendo y que han puesto el listón imposible a las demás.

También dentro de las novelas publicadas (que no escritas) en 2016 se puede encontrar uno cosa buena tipo los Cuentos completos de Joseph Conrad, un libro que debería ser de obligada lectura para todo aquel que tenga un mínimo de sentido común. Si buscan un regalo de reyes, deberían empezar por ahí y seguir, por ejemplo, con El hombre que ríe de Victor Hugo pese a que la edición de Pre-Textos es francamente incómoda. Como cada año desde hace tantos, no podía falta Gaddis, en este caso otra pequeña maravilla: Su pasatiempo favorito que desde hoy puede ser también el suyo. Preparación para la próxima vida y Caer merecen también ocupar un puesto de honor, la segunda por la deliciosa construcción de un entorno imposible y la primera por hacer legible una historia de amor hoy en día.

La visita al maestro me ha parecido mejor que la primera vez que la leí, hace ya algunos años y sólo por eso merece estar aquí. Padres e hijos es también una muy buena novela que vale más cuanto más nos adentramos en la obra de Turguénev (y comprobamos que es, con diferencia, su mejor obra).





EL PURGATORIO

El origen de Thomas Bernhard
Los papeles de Aspern de Henry James
El periodista deportivo de Richard Ford
Las cosas que perdimos en el fuego de Mariana Enriquez
Todos los hermosos caballos de Cormac McCarthy
Pureza de Jonathan Franzen

A las puertas del cielo se han quedado algunos libros y lo han hecho única y exclusivamente para satisfacer el capricho personal de confeccionar una lista de no más de diez títulos. A los incuestionables Berhard, James, Ford, McCarthy y Franzen se suma una desconocida Mariana Enriquez que ha escrito una de los pocos libros de relatos que he sido capaz de leer del tirón (he ahí su mérito).





EL INFIERNO

La tierra que pisamos de Jesús Carrasco
Farándula de Marta Sanz
Los insignes de David Pérez Vega
La pertenencia de Gema Nieto
Andarás perdido por el mundo de Oscar Esquivias
La fórmula Miralbes de Braulio Ortiz Poole
Cocaína de Daniel Jiménez
Me llamo Lucy Burton de Elizabeth Strout
Asamblea ordinaria de Julio Fajardo Herrero
Los últimos días de Adelaida García Morales de Elvira Navarro
La tabla de Eduardo Laporte
Hermano de hielo de Alicia Kopf
La acústica de los iglús de Almudena Sánchez
También esto pasará de Milena Busquets

El mundo está lleno de malos libros. Me resisto a dejarlo en 10. De entre lo peor que he leído se encuentran los libros de Alicia Kopf, ganadora de no sé qué premio crítico; Almudena Sánchez, que a día de hoy va por la cuarta o quinta edición, vayan ustedes a saber por qué y cuyo único mérito parece residir en gustarle a Eloy Tizón. Incluyan también, por favor, a Milena Busquets por esa cosa infame que publicó hace demasiado tiempo para seguir siendo portada. Los de Elvira Navarro o Julio Fajardo son libros que no merecen la atención recibida y de la que me niego a ser cómplice. El de Marta Sanz es un horror mayúsculo más propio de una principiante que de un escritor consagrado y lo de Jesús Carrasco directamente no tiene nombre: aupado hace unos años por cuatro memos que seguían la estela de algún Delibes vagabundo, nos vamos a ir tragando, año tras año, ya lo verán, sus deposiciones. 

Por último están esas novelas que uno ya no recordaba haber leído o sí pero ha tenido que recurrir a google en busca de una sinopsis que le recordase de qué iba aquello exactamente. Miren, una cosa es ser un escritor mediocre, que le puede pasar a cualquiera, y otra muy diferente ser una nulidad, entendiendo como tal la práctica de aquello que tiende al olvido inmediato. Es el caso de Daniel Jiménez, Gema Nieto, Braulio Ortiz Poole, Oscar Esquivias, Eduardo Laporte o David Pérez Vega.

(Otro día, con más tiempo, miraremos de rescatar esa lista no escrita de libros que fueron miserablemente abandonados, ya fuera por demasiado malos, ya fuera por lo que fuera).

* * *

Y ya para terminar, por si les interesa y porque sabemos que uno es lo que lee, les dejo la LISTA COMPLETA DE LECTURAS del 2016:

La ley del menor de Ian McEwan
La habitación de Nona de Cristina Fernández Cubas
Monasterio de Eduardo Halfon
El pequeño salvaje de T.C. Boyle
El origen de Thomas Bernhard
El hombre de los círculos azules de Fred Vargas
Los papeles de Aspern de Henry James
El periodista deportivo de Richard Ford
Desgracia de J.M. Coetzee
Diarios (1999-2003) de Iñaki Uriarte
Trastorno de Thomas Bernhard
Las relaciones peligrosas de Choderlos de Laclos
Bajo el signo de Marte de Fritz Zorn
Instrumental de James Rhodes
La tierra que pisamos de Jesús Carrasco
El diario de Adan y Eva de Mark Twain
Farándula de Marta Sanz
Los insignes de David Pérez Vega
Cicatriz de Sara Mesa
La pertenencia de Gema Nieto
Novela de ajedrez de Stefan Zweig
La montaña de Juan González Mesa
Seré un anciano hermoso en un gran país de Manuel Astur
Guerra y paz de Tolstoi
Madre e hija de Jenn Díaz
Guardar las formas de Alberto Olmos
Rudin de Ivan S. Turguenev
Nido de nobles de Ivan S. Turguenev
Padres e hijos de Ivan S. Turguenev
Diario de un hombre supérfluo de Ivan S. Turguenev
Un vaso de cólera de Raduan Nassar
Humo de Iván S. Turguenev
Andarás perdido por el mundo de Oscar Esquivias
El paseo de Attila Bartis
Siete casas vacías de Samanta Schweblin
Las cosas que perdimos en el fuego de Mariana Enriquez
Satin Island de Tom McCarthy
La fórmula Miralbes de Braulio Ortiz Poole
Diez de diciembre de George Saunders
Chicos que vuelven de Mariana Enríquez
Volt de Alan Heathcock
Cocaína de Daniel Jiménez
El estado natural de las cosas de Alejandro Morellon
Su pasatiempo favorito de William Gaddis
Cuentos completos de Joseph Conrad
Breve historia de siete asesinatos de Marlon James
Estrómboli de Jon Bilbao
La polilla en la casa de humo de Guillem López
El amante de Lady Chatterley de D.H.Lawrence
Tu amor es infinito de Maria Peura
¿Acaso no matan a los caballos? de Horace Mccoy
Todos los hermosos caballos de Cormac McCarthy
Pureza de Jonathan Franzen
Cero K de Don Delillo
Una danza para la música del tiempo: primavera de Anthony Powell
Las luminarias de Eleanor Catton
Indignación de Philip Roth
La humillación de Philip Roth
Némesis de Philip Roth
La visita al maestro de Philip Roth
Zuckerman desencadenado de Philip Roth
La casa de arenas movedizas de Carlton Mellick III
Fantasma de Laura Lee Bahr
Me llamo Lucy Burton de Elizabeth Strout
Asamblea ordinaria de Julio Fajardo Herrero
El problema de los tres cuerpos de Cixin Liu
Los últimos días de Adelaida García Morales de Elvira Navarro
El hombre que ríe de Victor Hugo
La tabla de Eduardo Laporte
Hermano de hielo de Alicia Kopf
Informe sobre la víctima de Marina Sanmartín Pla
Preparación para la próxima vida de Atticus Lish
Rey de picas de Joyce Carol Oates
Caer de Eric Chevillard
La escopeta de caza de Yasushi Inoue
La acústica de los iglús de Almudena Sánchez
La lección de anatomía de Philip Roth
Si quieres puedes quedarte aquí de Txani Rodríguez
La orgía de Praga de Philip Roth
El tiempo de la noche de Willliam Sloane
También esto pasará de Milena Busquets
El fin de la infancia de Arthur C. Clarke
Los hermanos Karamázov de Fiodor Dostoievski
Middlemarch de George Eliot





miércoles, 14 de diciembre de 2016

De la inconveniente legitimidad: Una introducción

Me van a permitir el rescate de un artículo que un servidor publicó hace la friolera de cuatro años en aquel experimento fallido que fue Diario Kafka, concretamente el 10/12/2012 (ténganlo en cuenta cuando lo lean). El artículo nos servirá para hablar (cuestión de días) de las tan populares listas de “lo mejor del 2016” y muy especialmente sobre la que uno de los aquí mentados se ha marcado esta Navidad.


UNO

30 de noviembre. Llueve. Ignacio Echevarría: “Basta de monsergas sobre la corruptibilidad de los reseñistas, sobre su ignorancia, sobre su mansedumbre y sus anteojeras”. A ver, un momentito, orden en la sala: las monsergas sobre la corruptibilidad de los reseñistas son la sal de vida. Como ex-reseñista Ignacio debería saber que no podemos renunciar a ellas, porque si renunciamos a ellas corremos el riesgo de dormirnos en los laureles y entonces puede llegar el lobo y comernos todito todito lo que no nos tiene que comer. Que los reseñistas son unos vendidos hay que decirlo siempre y dudar de ellos o directamente no creerse ni una palabra, también, siempre. Hemos llegado a un punto en que es una obviedad decir que los malos críticos son los culpables del bajísimo nivel de la crítica de los suplementos culturales de este país y que ya todos sabemos poco menos que, en el mejor de los casos y salvo honrosas excepciones, la crítica es decepcionante.

Pero no nos equivoquemos, esa crítica vaga, perezosa, poco o nada profesional; esa crítica que se prostituye por cuatro euros o que sólo atiende a intereses comerciales, esa crítica, digo, no es la peor crítica ni su perpetrador el peor de los críticos ya que, al fin y al cabo, es consciente de las “limitaciones” (entre comillas esto) de un público que sólo busca orientación y estar un poco al corriente de las novedades. Somos corderitos asustados. Pero hay otra crítica (otras, en realidad) que resulta mucho más despreciable que esa que, al fin y al cabo, hace lo que hace porque tiene una familia que mantener. Estoy hablando de la crítica que hacen los AMIGOS, esa banda de impresentables mentirosos y oportunistas, vagos y maleantes la mitad de las veces. Hoy hablaremos de un grupo de amigos muy concreto, porque en la concreción está el gusto. Pónganse cómodos; nos llevará un rato. 


DOS

Miguel Espigado es escritor y, hasta donde yo sé (que tampoco es que sea mucho) ejerce de crítico literario en revistas como Quimera. Pues bien, Miguel Espigado publicó hace unos meses un artículo en su blog llamado ‘10 Consejos para ser un buen crítico literario’ en el que se incluía el siguiente punto: “No te hagas amigo de los escritores. Acabarás apoyando sus carreras con las laudatio más bochornosas, pelotas y cursis. Luego, cuando tu amistad no sea justamente correspondida, pondrás sus libros a caer de un burro en justo desagravio”.

Exacto. Aunque Miguel Espigado tenga algunos días malos, de vez en cuando también tiene momentos de extrema sensatez, es capaz de ver más allá de sí mismo y entender que la amistad está bien para según qué cosas pero fatal para según qué otras.

Además de estos arrebatos de sentido común, Espigado tiene un blog o dos o tres. El actual se llama “elespigado”. Antes de eso, mucho antes, abrió uno al que llamó Generación Nocilla cuya primera entrada, escrita en julio de 2007, servía para definir qué es y quién integraba La Generación Nocilla. [1] Sin querer hacer demasiada historia de un hecho sobradamente conocido, la generación Nocilla surge a raíz de la repercusión que tiene la novela de Agustín Fernandez Mallo [2], Nocilla Dream, de la que no hablaré si no es en presencia de mi abogado. Vicente Luis Mora [3] prefería llamar a esta generación “La luz nueva”, porque Vicente tiene estas cosas de buscarle nombres raros a todo. En cambio a Eloy Fernández Porta [4], socio de Spoken Words con Agustín Fernández Mallo, le gustaba mucho más la etiqueta de “Afterpop”, que por algo escribió un libro con ese nombre. Los Fernández siempre en la vanguardia.

Nota de interés: el tercer blog de Espigado al que hacía referencia más arriba se llamaba “Afterpost” y prestaba especial atención a la obra de los integrantes de la Generación Nocilla. Qué cosas, ¿eh? Esto no ayuda a entender a qué viene incluir en el segundo punto de los ‘10 consejos para ser buen crítico literario’ lo inconveniente o sospechoso de criticar libros de tus amigos si luego vas y casi no haces otra cosa en tu vida. 


TRES

Por otro lado, hace unos días, el jueves 29 de noviembre, Antonio J. Gil daba la réplica a mi artículo de Autopsia Crítica de hace un par de semanas que versaba sobre el trato que recibe Agustín Fernández Mallo de parte de cierto sector de la crítica. Venía a ser algo así como la crítica al crítico que critica la crítica y ciertamente era una crítica ejemplar, al menos en términos absolutos, es decir, obviando el contenido que realmente escondía y que no era otro que meterse conmigo. Pero, ¿por qué iba este señor, a quien no tenía hasta entonces el placer, a hacer semejante cosa? Entonces no tenía yo la más remota idea. En cambio Jordi Carrión, sí. Solo dos horas después de publicarse el artículo, Carrión [5] sube a su muro de Facebook un comentario en el que me etiqueta y que viene a decir algo así como que Antonio Gil disecciona brillantemente mi post. A Daniel Arjona, joven periodista de El Cultural (el mismo suplemento que en su momento, de la mano de Nuria Azancot, dio el pistoletazo de salida a la Generación Nocilla) también le parece excelente. A mucha gente le parece excelente. ¡A mí me parece excelente! Tanto le había gustado a Jordi, tanto tantísimo, que dijo muchas más cosas, todas ellas muy interesantes: decía que el artículo de Gil era útil para demostrar para qué servía estudiar literatura, retórica y semiótica y destacaba un tema de fondo que le parecía muy interesante: la LEGITIMIDAD. Legitimidad que, en el caso de los críticos y del propio Agustín Fernández Mallo, se sustentaba en libros en tanto que el del autor del post original (esto es, yo) lo hacía en posts. Tanto Antonio J. Gil como Túa Blesa eran catedráticos de literatura comparada y, atención, decía que sus currículums, sus publicaciones y sus libros tenían un sentido sobre el que merecía la pena reflexionar. También hacía una llamada a la reflexión sobre las formas de autoridad actuales. No puedo estar más de acuerdo con él y por eso, para reflexionar, es por lo que hoy escribo esto. Terminaba, Carrión, pidiendo serenidad y argumentos para hablar de estos temas que estaban afectando significativamente al sistema literario español. Todo un discurso, ya ven. 


CUATRO

La cosa quedó con todos más contentos que unas castañuelas de saberse tan listos y tan fuertes y tan preeminentes y tan influyentes y tan llenos de razón que era cada poro de su piel una verdad incontestable. Hasta que al día siguiente las chicas de La Patrulla de Salvación, el conocido blog de denuncia del mundo editorial, llamaron la atención sobre un curso que en otoño impartió Vicente Luis Mora en la Universidad de Brown (EEUU) –la misma en la que imparte clases Juan Francisco Ferré [6]—. El nombre del curso era “Postmodern Spain: New narratives and New Technologies” y trabajaba sobre los siguientes libros: Los muertos [7], de Jordi Carrión, Intente usar otras palabras, de Germán Sierra [8] y Nocilla Experience, de Agustín Fernández Mallo. Entre las Lecturas Críticas Obligatorias se encontraba el texto ‘Facebook y la circulación de la literatura’, también de Jordi Carrión y ‘Hacia una postnovela postnacional’, de Antonio J. Gil González [9]. Por otro lado entre las Lecturas Críticas Recomendadas estaban: El lectoespectador, el último ensayo del propio Vicente Luis Mora y La Luz Nueva, también del mismo autor. Por último Afterpop, de Eloy Fernández Porta y, supongo que por nivelar, ‘E Unibus Pluram ’ de David Foster Wallace. [10]

Uno o dos días después de la publicación de este post en el blog de La patrulla de salvación, la conversación que Jordi Carrión había tenido en su muro sobre lo absolutamente maravillosa que había sido la contracrítica de Antonio J. Gil desapareció. Se esfumó. Se volatilizó. Literalmente: Jordi Carrión hizo algo así como tragarse sus palabras (y por extensión las de todos los demás). En la teoría y en la práctica: donde dije digo, mejor no digo nada. 


CINCO
LEGITIMIDAD

Convendría ahora recordar uno de los comentarios borrados de Carrión, concretamente en el que decía que habría que reflexionar en torno a la LEGITIMIDAD (supongo que entendida como la “capacidad y derecho para ejercer una labor o una función”). Legitimidad de autores, que se sustentan en libros, y legitimidad de los no-autores que lo hacen blogs. Convendría recordar, también, la recomendación nada gratuita de Espigado acerca de lo conveniente de no tener amigos escritores que puedan hacernos sentir obligados a corresponder a esa amistad con recomendaciones bochornosas y laudatorias.

No seré yo quien cuestione la valía de gente como Vicente Luis Mora o Antonio J. Gil a la hora de emitir juicios críticos sobre literatura. Ni seré yo quien diga NO a la crítica académica. Lo que sí cuestiono es la capacidad de todos los críticos y escritores antes mencionados (y otros de los que ya hablaremos en otra ocasión) a la hora de emitir juicios sobre la obra de los diferentes miembros de esa Generación Nocilla a la que muchos se adscribieron fingiendo incomodidad pero que tan buenos resultados les ha dado y, en algunos casos, sigue dando. Que una novela de la categoría de Los muertos de Carrión o Intente usar otras palabras de Germán Sierra —que cuando las leí me parecieron de una mediocridad palpable— sean de lectura obligatoria en la universidad de Brown, es cuando menos preocupante —por no decir vergonzoso, que también— pero sobre todo sospechoso. Altamente sospechoso.

La crítica y por extensión el crítico, además de contar con un aparato teórico, estudios de literatura, conocimientos de retórica y dominio de la semiótica (Carrión dixit) necesitaría, en mi opinión, de un poco —un poco solamente— de independencia. La independencia suficiente, al menos, para dotarle de un mínimo de credibilidad a su argumentación porque de otro modo todo ese discurso y esa verborrea pueden parecer una forma un tanto rastrera de mantener un estatus que de otro modo estaría permanentemente amenazado por la duda razonable. Existe otra posibilidad que me lleva a terminar como empecé, con una cita de Ignacio Echevarría: “Lo que justifica no solo la incompetencia manifiesta y el estilo pésimo de tantos reseñistas, sino también, mucho más frecuentemente, su desconcertante mal gusto, sería la incesante rebaja de su listón que entraña el trato constante con textos de escasa calidad. […] la lectura continuada de libros mediocres […] tiene en no pocos casos efectos narcóticos sobre el gusto e incluso sobre la inteligencia […]”. ( El Cultural 30/11/2012). 









NOTAS

1. [Cita textual:] La lista total (y provisional) de la (provisionalmente) llamada Generación Nocilla es la siguiente: Vicente Luis Mora, Jorge Carrión, Eloy Fernández Porta, Javier Fernández, Milo Krmpotic, Mario Cuenca Sandoval, Lolita Bosch, Javier Calvo, Domenico Chiappe, Gabi Martínez, Álvaro Colomer, Harkaitz Cano, Juan Francisco Ferré, Germán Sierra, Fernández Mallo, Diego Doncel, Mercedes Cebrián, Salvador Gutiérrez Solís, Manuel Vilas, Robert Juan-Cantavella y Vicente Muñoz Álvarez. [Confeccionada con los datos ofrecidos por Nuria Azancot en su artículo de 2007 para El Cultural y otros incorporados por Vicente Luis Mora y Eloy Fernández Porta].

2. V. supra. n. 1

3. V. supra. n. 1

4. V. supra. n. 1

5. V. supra. n. 1

6. V. supra. n. 1

7. Los muertos (Mondadori, 2010) es la primera parte de una trilogía cuya continuación parece haber caído en el olvido.

8. V. supra. n. 1

9. También autor de ‘Microrrelatos para una exposición... Analogías para pensar Nocilla Dream’.

10. Observaciones: Eloy Fernández Porta es un viejo conocido de la universidad Brown: la visitó en primavera en una gira del Dúo Afterpop Fernández & Fernández (con la perfomance ‘Personificación’) y que les llevó también al Instituto Cervantes de Chicago. Cabría señalar, a modo de anécdota y aunque seguramente no tenga nada que ver una cosa con la otra, que Vicente Luis Mora compagina su labor como crítico con un trabajo en el Instituto Cervantes.

lunes, 12 de diciembre de 2016

Lectura interrumpida #1 (Ada o el Ardor)

Interrumpo la lectura de Ada o el Ardor para comentar una cosilla.

El 28 de octubre de 2015, en el post de Mientras agonizo de Faulkner, dije lo siguiente. 

«Nos hemos vuelto conformistas, los lectores, los escritores. Nos hemos vuelto conformistas. Y mediocres. Nadamos, buceamos en mediocridad y conformismo y lo único que va a librarnos de esto, lo único que podrá salvarnos, es Faulkner y los que son como Faulkner: escritores de verdad, no mecanógrafos. Mecanógrafos, caca. Aquí ya no queremos maquinistas, ni queremos pianolas. Aquí queremos sogas para colgarnos si no cambian las cosas pero sobre todo queremos faulkners. Ya sólo queremos faulkners. Ya sólo aceptamos faulkners, ahora.
Todo lo demás, a la hoguera. Tú el primero».

Lo hice para provocar, claro, al final todo es provocación, que si no vas por ahí provocando parece que no haces nada, pero también con leve asomo de esperanza de convencerme a mí mismo de que tal cosa era posible. No pudo ser. O sí pudo, pero no fue. El caso es que hace nada terminé de leer Los hermanos Karamázov, la última y supongo que para muchos sobrevalorada novela de Dostoievski y volví a acordarme de Faulker —digo “volví” porque este año ya lo hice con Tolstoi, Bernhard y hasta con Philip Roth— y más concretamente de aquello que dije de Faulker hace tiempo, ya saben, la cita inmediatamente anterior a este párrafo.

Y es verdad. Me jode, pero al final pero tengo que darme la razón una vez más: ya sólo queremos faulkners. Que, bueno, quien dice faulkners, dice tolstois, dice gaddiss, dice bernhards, dice roths, dice nabokovs. Dice dostoievskis. Y pocos más, dice. Pero nos sabemos animales de costumbres (nos sabíamos ya en 2015, conste) y tememos caer en lo mismo de siempre: esto es, la mierda de siempre. Si uno es de bueno lo que tarda en ser olvidado, en este país, como en mucho otros, el noventa y nueve como nueve por ciento de los escritores no merecen ni una décima parte de los bits que ocupa su nombre en la red. Yo no sé si escriben para caer directamente en el olvido o qué pero el caso es que no se puede, o cuando menos no se debería, ir por la vida con esa pinta de no ser nada más que MEDIOCRIDAD y DESPOJO. 

Jamás entenderé cómo puede tanta gente que se dice escritora soportarse a sí misma. Cómo puede uno vivir con la certeza absoluta de ser una aberración y no morirse de asco al leer sus propias excreciones. Cómo se puede siquiera perpetrar el atentado de escribir dos palabras seguidas habiendo leído, en algún momento de tu vida, algo como esto (claro que, bien mirado, igual el problema es no haber leído nunca antes algo como esto, sin ser esta ni remotamente la mejor de las citas posibles):

«Ada tendía a considerar la fase inicial de su amor como un desarrollo difuso e imperceptible, tal vez anormal, probablemente único, pero puramente delicioso, gracias a su evolución uniforme, que hacía imposible toda impulsión bestial, todo estigma vergonzoso. Van, por el contrario, no podía evitar que sus recuerdos amorosos evocasen episodios precisos, decisivamente marcados por seísmos carnales súbitos, intensos, a veces lamentables. Ada se imaginaba que los goces inagotables a que había accedido —por sorpresa, y sin haberlos llamado— no se habían revelado a Van hasta el momento en que ella misma los había descubierto, al cabo de varias semanas de caricias acumulativas. En cuanto a sus primeras reacciones fisiológicas, estimaba conveniente apartarlas de su pensamiento, y las creía más o menos equiparables a las maniobras infantiles que en otro tiempo se había complacido en practicar, y que tenían muy escasa relación con el esplendor y el sabor de la felicidad individual. Van por el contrario, conocía el repertorio de todos los espasmos marginales que le había disimulado antes de convertirse en su amante, y distinguía categóricamente, desde un doble punto de vista filosófico y moral, entre el frenesí del onanismo y la dulzura irresistible de un amor confesado y compartido».

O lo que es lo mismo: si esto existe, ¿para qué te queremos a ti?

Pues eso.

Y ahora, si me disculpan, retomo.

«El año 1880 (todavía vivía Aqua, Dios sabe cómo, Dios sabe dónde) resultaría el más genial, el más fértil en recuerdos de la larga, demasiado larga, nunca demasiado larga vida de Van.»

viernes, 2 de diciembre de 2016

“El fin de la infancia” de Arthur C. Clarke (Trad.Luis Domenech)

Más que reseña, pildorita (y ligera, además, como la propia novela): la dosis semanal de este santo blog que no sabe estar más de días con la boca cerrada, como si tuviera realmente algo que decir, no digamos ya aportar, no digamos ya descubrir. Hoy, un grande: Arthur C. Clarke. Porque yo lo valgo. Y porque no me ha gustado gran cosa, la verdad, y aquí bien saben ustedes que se nos da fatal aquello de la crítica constructiva pero cuando se trata de apedrear nos quedamos solos.

Me recomendaron muy vivamente El fin de la infancia. Alguien lo tenía reciente y yo, que no llegué al estreno de La llegada pensé que no sería mala idea verme una del estilo pero en formato libro y felizmente tirado en el sillón.

Premio.

Extraterrestres sí que hay, y hasta nos invaden y nos dominan que a mí es una cosa que me ha puesto siempre mucho; la dominación, digo, como esa facilidad que ha tenido siempre lo extraterrestre para hacerse con el control del planeta en quince minutos cuando a mí me lleva dos horas conseguir que los niños se metan solos en el coche. Por lo tanto: muy fan.

Ahora bien, la novela en sí es una soplapollez como un piano, se pongan como se pongan los carlsaganes de la vida.

Esto va de unos marcianos, venidos de una estrella distante, que llegan un lunes a la tierra a bordo de naves mastodónticas que sitúan estratégicamente a lo largo de todo el planeta, para acojonar más que otra cosa, al más puro estilo Independence Day. Nos lo prohíben todo: las guerras, las hambrunas, las epidemias. Incluso trabajar. ¿Y qué consiguen con esto? Pues los muy cabrones consiguen, sin mover un dedo, mejorar la economía que es una de las grandes aspiraciones de nuestro amado e inanimado presidente. 

En un principio los invasores del espacio exterior se ocultan tras un tupido velo: le dicen a su portavoz, un señor muy americano —no podía ser de otro modo— que son feos en demasía y que la población, toda ella, no está preparada para tal visión de conjunto: a saber: alas, cuernos y estética demoníaca incluyendo ligeros restos de azufre en las deposiciones. Básicamente piden 50 años para dejar de creer en Dios y el diablo, para así evitar empezar unas relaciones basadas bajo el prejuicio tonto de lo físico.

Pues es en ese plan toda la novela. Hay uno incluso que decide, una tarde de domingo, colarse en una nave alienígena aprovechando el contrabando de marsupiales que se está llevando a cabo para viajar a su mundo. Que sí, que ya sabe que está años luz del nuestro pero gracias a unas cuentas que ha ido echando en los descansos del trabajo ha descubierto que en años terrestres no serán más de cuarenta y que si se lleva unos chaskis, una coca cola y seiscientos blisters de diazepan malo será que no llegue en unas condiciones físicas aceptables. Que lo peor que le puede pasar, piensa, es que revisen la ballena en la que se oculta y lo manden de vuelta a la tierra previa reprimenda. Que habrá perdido cuarenta años, sí, pero habrá salido de casa.

A mi hija de diez le encantará, espero, dentro de cinco. Ya mucho más no sé si será mucho arriesgar. Desde luego a los cuarenta esto no hay quien lo aguante. A los treinta y nueve igual sí, ya sabemos que hay gente para todo, incluso simpática, pero mucho más allá la trama se vuelve trillada, infantil y de una ingenuidad que supera con mucho lo que uno espera de una novela de ciencia ficción.

Quisiera jurarla curiosa en la medida que decepcionante pero no, qué va, es decepcionante en grado sumo y curiosa, lo justo.